Alguien me contó una aventura extraordinaria que le ocurrió en 1881 a la goleta norteamericana Ellen Austin. A mitad de camino entre las Bahamas y las Bermudas se topó con otro gran velero completamente abandonado. No se vislumbraba ni el menor signo de violencia, más bien al contrario, todo presentaba un perfecto orden; los puentes de teca recién lustrados, el foque y la mesana cuidadosamente enrollados; la vela grande orzada al azar, la verga mayor chocando con el empalletado a derecha e izquierda a cada bandazo del barco.
Este velero, cargado de caoba, venía, al parecer de Honduras. Un verdadero regalo para el capitán del Ellen Austin, Baker, que inmediatamente pasó parte de su tripulación a bordo.
Los dos barcos se disponían a emprender juntos la ruta hacia Boston cuando se levantó una violenta tempestad. Pasaron dos días antes de que el Ellen Austin volviera a ver la goleta capturada. Ésta navegaba de forma tan caprichosa que hubieron de perseguirla durante una hora antes de poder abordarla. Cuando lo lograron, se produjo la sorpresa de no ver a nadie en el puente. En cuanto a la dotación que habían dejado en ella, se la buscó en las cabinas, en las bodegas... había desaparecido.
Baker era un excéptico y un obstinado. Hizo embarcar una segunda tripulación, esta vez armada hasta los dientes y con orden expresa de abandonar el barco al menor signo insólito. Apenas diez largos separaban a los dos barcos, sin embargo, poco después se desencadenó una tempestad más fuerte que la anterior y de nuevo se perdió el contacto. Jamás se volvió a ver ya al barco fantasma y con él, a una tercera parte de los hombres del Ellen Austin.
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